jueves, 30 de agosto de 2007

Darwin

Charles Darwin (1809-82)[1]

En El origen de las especies (1859) se establece, a grandes rasgos, que:

a) Todas las formas han evolucionado de un ancestro común. No era una idea novedosa, solo que fue Darwin quien aportó pruebas concretas para apoyar este enfoque.

b) La evolución se explica por un proceso de selección natural (la habilidad de una especie particular de adaptarse a las circunstancias ambientales, llevando a la “supervivencia del más apto”

En énfasis estaba pues en dos palabras clave:

Herencia y ambiente

Implicaciones


1) El papel de Dios se reduce o incluso se elimina, dado que los postulados anteriores contradicen el origen divino del hombre asentado en el génesis de La Biblia. La causalidad se traslada de un Dios omnipotente a factores de herencia y ambiente

2) Si la causalidad es natural puede ser explicada en términos de herencia y ambiente y lo más importante es que puede ser percibida a través de los cinco sentidos. Al descartarse “un sexto sentido” como intuición, imperativos categóricos, etc. se desvía la atención de un reino metafísico o sobrenatural hacia algo que pueda ser observado aquí y ahora.

3) El lugar del hombre en tal esquema se altera al grado de que se convierte en un producto accidenta de un proceso natural y se debe estudiar como cualquier otra especie biológica

El hombre en vez de ser considerado como un ser superior o una excepción de la naturaleza animal, se convirtió en víctima de sus circunstancias. Ya no es el “arquitecto de su propio destino” dado que no puede controlar de ninguna manera su herencia o su ambiente.

Esto trae consigo importantísimos enfoques para una moralidad relativa. Como por ejemplo ¿puede ser un hombre culpable de sus actos si ellos están determinados por fuerzas de las que no tiene control.

4) Con la idea de una evolución de las especies, se vuelve más general el concepto de “progreso”, mismo que estaba anteriormente teorizado por Hegel. Esto por supuesto engendra la eterna guerra entre ciencia y religión.

Pero, mientras que la fe que apuntalaba la vieja moral era destruida por conocimientos novedosos y actitudes nuevas, ninguna fe recientemente surgida parecía reemplazar a la vieja.

La continua búsqueda de un nuevo juego de valores capaces de ordenar con amplio compromiso y de observarse como base de acción, es una de las mayores características de la era moderna y una de las características más influyentes el drama moderno

[1] de Brockett y Findlay: A century of innovation